Y quedó navegando, sin saber lo que hacía por esas aguas conocidas.
Probó la sal y dejó que el mar la saboreara, consiguiendo que éste la
escupiera, arrojándola en una playa cercana llena de recuerdos, recuerdos
ya vueltos basura.
Despertó y yacía en la blanca y lastimosa
arena. Junto a ella se encontraba un pequeño cuervo, brillante y
huesudo. Apenas la descubrió con vida, sin dejarla parpadear, se comió
sus ojos resecos por la sal.
Deambulando a orillas del mar y con el
cuervo como guía volvió a encontrar al lobo que tiempo atrás la había
dejado a la deriva, sumergida en un excitante sueño. El lobo lucía
flaco, hambriento, desencantado por viajar a solas. Apenas rozó sus
fauces, el lobo reconoció su olor y la devoró.
Al principio no podía
creer que estuviera sucediendo, intentó despertar del mal sueño pero descubrió que era real y ya era demasiado tarde. Luchó para salir
de las entrañas del lobo, haciendo que éste la regurgitara. Destrozada, ya sin ver, dolor era todo lo que
podía sentir, de a poco se fue volviendo una roca varada en aquella
blanca y lastimosa arena.
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