“Camino”
Camino,
me alejo de ti
por tu sendero
que no tiene fin.
Los tres.
Camino,
me alejo de ti
por tu sendero
que no tiene fin.
Los tres.
Si ese no era el problema, desde que cerré la
puerta mi pensamiento estaba con la firme convicción de hacerlo, pero encerrarse
tanto tiempo y con las persianas cerradas hace que te pierdas en el tiempo y
espacio. Hoy es lunes y Chapultepec está cerrado. Me siento en una banca afuera del metro,
esperando un rayo divino o alguna señal para no cometer alguna tontería en mi desesperación, pero está nublado y los rayos son muy ténues.
Me levantaría de la banca, pero sin tener definido el destino es difícil tomar
un rumbo y comenzar a andar.
Caminar por esta ciudad es como pasar por los rápidos
de un río, y en esta era es casi imposible no chocar con las piedritas que
llevan la vista clavada en el teléfono celular y te rompen el equilibrio, ¡te tocan con su
cuerpo lleno de energía negativa y se nubla tu paz y ese espíritu aventurero y
salvaje que te obligó a salir porque ya estás hasta la madre de la monotonía y
el trabajo en casa y los amigos que te aturden con el sonar infinito de tu
maldito teléfono celular porque ya no tienen tiempo de salir a beber una copa o
caminar contigo pero te llenan el muro de Facebook
y las notas de voz de WhatsApp con te
quieros y te extraños!... y entonces piensas que tal vez tomaste el camino
equivocado, pero aquí todos los caminos están llenos de piedritas, de esas
piedritas.
Resuelvo aventurarme por la ruta turística: Avenida Paseo de la
Reforma, si tropiezo con alguien será con algún turista que, con un poco de (buena) suerte, no entienda el idioma y todo termine en algo muy cómico y no en una
tragedia a lo chilango. Pero es hora de comer, hay desfile de oficinistas que van
con las mismas ganas de golpearme por caminar tan falta de prisa como la
pulcritud de sus atuendos casi uniformados. Me detengo frente a la Fuente de la
Diana Cazadora, la miro y me siento como la flecha que no está, tal vez enviada
al norte, tal vez perdida. Esquivo miradas y roses y, para no provocarme, me
pongo los audífonos y sintonizo una estación de radio. En cuanto termina la canción el
locutor comienza su soliloquio como sacado de algún best seller de superación personal, mejor pongo el reproductor de
música en modo aleatorio. Es inevitable sonreír, cada canción lleva un recuerdo
casi a cada nota.
Ahora sí, ¡a perderse!
Todos notan mi sonrisa pero se siguen
de largo, esta ciudad es tan extraña que hasta las aves te ignoran. Llego a un
punto donde andar en línea recta no siempre es lo mejor. Estoy en la esquina de
Reforma con Morelos, me detengo a pensar hacia dónde seguir y miro a otro ser
con audífonos y enfundado, a medias, en ese uniforme que todos llevan… él sí me
devuelve la sonrisa.
Sigo en la misma dirección, por donde me dirigía y desde
donde él venía, doy vuelta en Juárez y llegando al cruce con Balderas recuerdo
una nota que leí en internet sobre ese paso peatonal que decía es uno de los
más peligrosos del mundo. Cruzar avenidas es uno de tantos miedos absurdos que
me inundan el pensamiento. Paso frente a la temible unidad de Metrobús estacionada,
al siguiente cruce peatonal atravieso Juárez para caminar por la Alameda, ya me
cansé de ver a esos soldaditos oficinistas malencarados que no pueden obsequiarte
una sonrisa.
La renovada Alameda Central me revuelca de recuerdos,
basurientos y malolientes como solía ser cuando la conocí, la recorrí y me senté
por horas en sus bancas. Ella sí me regala sonrisas, las que ya sonreí. Hay una
banca con un recuerdo, un océano de imágenes y momentos, la busco tratando de
recordar su ubicación. Casi frente a la calle Dolores, tal vez no la misma, tal
vez unos centímetros más allá como el recuerdo, la encuentro. Hay una pareja
descansando y un par de hombres mayores con traje café mirando vídeos en Youtube,
me siento en medio y veo, huelo, alimento lo vivido hace unos años...

Mañana volveré a caminar entre las empedradas y sucias calles de la ciudad, pensando a cada paso que esta vez será el final, que tal vez ese caminar me lleva a una calle cerrada o a seguir dando vueltas como a una glorieta, pero con la esperanza de que, si de nuevo decido alejarme, llegaré a donde comenzó todo y me sentaré a contemplar los dolores y a la gente pasar mientras se muere el ocaso; a pensar que fue una buena idea salir a caminar.
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