Con los ojos desarmándose cual vela encendida, con el peso de lo recorrido colgando a los hombros y el esbozo de esa sonrisa derruida, gastada de ocultar hastío, regalándole al ayer el seguir su fatigoso paso. Sigue arrastrando cadenas. Las manos remolcadas de piedad, atascada entre los dedos va zurcida su penitencia a la que por ratos besa. Lleva el vientre henchido del calvario frío, punzante, que robándole esperanzas y anhelos se alimenta y germina. Con las rodillas destrozadas de perdón y suplicio, de aceptarse esclava y haber cortado sus piernas, se tira de nuevo al vacío. Esta vez no habrá escalada.
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