Displicencia

(Del lat. displicentia.)
sustantivo femenino
1 Falta de ánimo o interés en la realización de una cosa o acción, por dudar de su bondad o desconfiar de su éxito.
2 Actitud del individuo desagradable e indiferente en el trato.
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Sinónimos: desaliento, desdén, apatía, desprecio, indolencia, incomprensión, indiferencia.
Antónimos: amabilidad, agrado, complacencia, cortesía.

20151101

El Otero

Te seguimos extrañando, Saúl.


Por las noches se deshace el otero —contaba mi abuela—, era el único cerro de tierra blanca en kilómetros de pura tierra roja, ahí el viento es tan fuerte por las tardes que nadie podía vivir en esas tierras. Yo vivía en La Noria, el poblado más cercano a Otero, desde ahí por el día puede verse la punta del cerro pero de noche se desaparece.
Un día, mientras cuidaba las borregas, una corrió para El Otero y tuve que ir a buscarla porque si llegaba con una menos seguro que mi papá me deshacía la espalda a palos. Pasaba el medio día, el sol se reflejaba con fuerza sobre la tierra blanca, había caminado bastante y ya no me quedaba agua, me senté bajo la sombra flaca de un árbol sin hojas y me quedé dormida un par de horas, el ruido del polvo golpeando en el árbol y los berridos de mi borrega me despertaron. El polvo no me dejaba abrir los ojos, el tronco del árbol era hueco y me metí para protegerme. La tierra oscureció el horizonte, abracé mis rodillas y comencé a rezar. Cuando ya no escuché los berridos, el viento soplaba con menos fuerza y ya no había polvo por todas partes, alcé la cabeza y ya había anochecido. El cerro hizo un estruendo como desde sus entrañas, saqué la cabeza para ver qué era lo que sucedía, la noche era hermosa, la luz de la enorme luna llena se proyectaba contra el espejo blanco que era la tierra de Otero, haciendo parecer a aquel cerro como una perla sobre una nube. Desde donde estaba sólo podía escuchar cómo se desgajaba por el otro lado el cerro hasta que quedó a la mitad de su altura, luego vi como poco a poco se desprendía quedando un puñado de piedras. No podía creer lo que miraba, de principio pensé que seguía dormida y me pellizqué un brazo, cerré fuerte los ojos y al abrirlos me di cuenta que lo que veía era real: eran personas de piedra. El fuerte viento había formado montoncitos de ramas que los hombres de piedra juntaron para hacer fogatas alrededor del puñado de piedras que quedaban del cerro. Parecía una fiesta, nadie decía nada pero las mujeres de piedra hacían pan y comida con barro, los niños corrían alrededor de las fogatas y los hombres, sentados, miraban. Así pasaron la noche. Daban las cuatro de la mañana cuando las mujeres tomaron a los niños en brazos y los pusieron sobre el montón de piedras, luego ellas se abrazaban cubriendo a los niños, siguieron los hombres dando forma de nuevo al otero, al final subían los hombres y mujeres más longevos que tenían jorobas y estaban llenos de arbustos.
Esperé que terminara de formarse el otero y salí del tronco corriendo hacía mi casa. A la entrada del pueblo estaba mi madre con un grupo de señoras, todos me estuvieron buscando pues por la tarde habían vuelto las borregas y a media noche llegó sola la que había seguido hasta El Otero. —Terminó de contar mientras limpiaba sus ojos y miraba al cerro que está pasando el río, rumbo al panteón—.
Siempre que contaba de Otero sus ojos se llenaban de lágrimas pues inventó  la historia una noche de junio, cuando murió su primer hijo varón, el viento había soplado muy fuerte por la tarde, como un mal augurio que llevaba. Oscurecía cuando mi tío ensilló su caballo para ir con su novia, a medio camino y sin razón alguna el caballo reparó tirándolo de boca, el animal corrió enloquecido sobre el pedregal llevando a rastras su delgado cuerpo que una cuerda sujetaba del pie izquierdo a la montura. Cuando se dieron cuenta el caballo brincaba la cerca de piedras que al caer hicieron un ruido ensordecedor, quedando mi tío, aún con vida, sobre el montón de piedras ensangrentadas. Murió de camino al hospital. Mi abuela no soportaba el dolor y sólo miró desde la ventana de la cocina el funeral que se llevaba a cabo en el patio central de la casa. Él era muy querido en el pueblo y para despedirse las personas abrazaban el féretro. Los cirios duraron encendidos toda la noche, el viento volvió a soplar hasta entrada la tarde, minutos después de sepultar su cuerpo.

Publicado en A Rostro Oculto Revista No. 15

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