Para Ricardo Morales Sánchez.
l
Ricardo
iba en segundo grado con mi hermana cuando yo entré a primero de primaria, lo
conocí luego de que reprobó y desde segundo hasta sexto fuimos compañeros en el
mismo salón. A Ricardo le gustaba mi hermana, a todos les gustaba mi hermana,
por eso me empezó a hablar, intentaba sacarme información sobre ella o que yo
le echara la mano a conquistarla. Con el tiempo nos hicimos buenos amigos, lo
buenos amigos que pueden ser una niña y un niño que todos los días estaban
juntos. Dos o tres años después llegó Fernando a nuestro salón, era familiar de
Ricardo, un primo o algo así, y ese niño llamó mi atención como nunca lo había
hecho otra persona. No recuerdo que antes me hubiera sentido así con alguien:
me ponía nerviosa hablarle o sentarme cerca de él, me aceleraba el pulso verlo
entrar al salón por las mañanas, sentía curiosidad por saber de él, en fin,
toda clase de cosas simples alrededor de Fernando me hacían sentir extraña. Por
suerte en las bancas dobles nos sentaban por número de lista y el número de
lista nos lo daban por orden alfabético comenzando con el apellido: 23 Mendoza
M. Danilo, 24 M. Torres Gabriela, 25 Morales S. Ricardo... 29 Rodríguez C.
Sandra, 30 Rodríguez L. Estela, 30 y tantos Sánchez G. Fernando. Qué suerte que
su primo Ricardo, mi amigo, se sentaba detrás de mí y que mi mejor amiga, Estela,
era la que se sentaba más cerca de Fernando y podía ayudarme para conectar con
el amor de mi vida. Ajá, quizás debí buscar otro tipo de mejor amiga, en fin.
Como no podíamos sentarnos juntas, nos aventábamos papelitos para platicar y en
una de esas le mandé uno diciéndole que me gustaba Fernando. Ricardo me conocía
tan bien que se dio cuenta antes de que Estela se encargara de regar el chisme
por todo el salón. Después de todo, la suerte no estaba de mi lado, Fernando
comenzó a armar una barrera antiGaby, me ignoraba, me miraba feo, el típico “te
trata mal porque le gustas” y que yo creía completito.
ll
Es
impresionante la transformación que se da en las vacaciones entre cada ciclo
escolar, si bien algunas de las señales de que se avecina la adolescencia se
presentaban durante las clases, la convivencia hacía que no se notaran mucho.
Regresando de vacaciones, de quinto a sexto, era muy evidente que a algunas
niñas ya les brotaban pechos y tenían caderas anchas, cosa que a mí no me pasó.
Estela había reprobado el primer grado, así que era más grande que yo, se
burlaba porque yo no usaba brasier, porque no me habían besado, siempre había
algo en lo que ella creía ser mejor, menos en las calificaciones, pero eso era
algo que a mí no me gustaba presumir. La ñoña Gaby empezaba el sexto grado
siendo de la escolta por sus altas calificaciones, Estela comenzaba a dejarla
ir como mejor amiga y al parecer su transición adolescente era más interior que
exterior. En la escolta estaría también Sandra, la compañera de banca de mi
amiga Estela, una niña que solía ser otra más dentro del grupo pero que volvía
de esas vacaciones má(trá)gicas siendo una señorita a la que le quedaba bien el
uniforme entallado. Todos los lunes teníamos que llevar el uniforme de la
escolta que era una falda blanca con un saco azul, siempre he odiado la ropa
blanca pero a los once años y con la poca práctica en eso de mantenerte limpia
y fresca mientras menstrúas es LO PEOR EN EL MALDITO MUNDO. Cuando pasaba que
me bajara en lunes tenía que quedarme la mayor parte del tiempo sentada en mi
lugar, si tenía que pararme me amarraba un suéter en la cintura o de plano no
me quitaba el saco así me estuviera muriendo de calor. Un día de esos en que a
mi menstruación se le ocurría pasar en lunes, había estado comadreando con
Estela sobre querer enfrentar al destino y decirle de propia voz a Fernando que
me gustaba y que quería tener mi primer beso con él, ella siendo la mejor amiga
de mi limitado mundo me apoyaba y hasta me daba ideas sobre cómo y en qué
momento debía hacerlo. Llegó la hora del recreo y Estela salió a comprar algo
mientras yo me quedaba en el salón tratando de que mi toalla ensangrentada no
se moviera y mi uniforme blanco se fuera así de blanco de regreso a casa,
cuando escuché un barullo afuera del salón, no me moví ni para enterarme del
chisme, entonces entró corriendo Estela para decirme: Fernando se le declaró a
Sandra y Ricardo viene a hacer lo mismo contigo. Acto seguido y mientras
asimilaba que se me había roto el corazón, entró Ricardo con una flor en la
mano, y con media escuela detrás de él, se sentó en la banca enfrente mío y soltó
así sin más: ¿quieres ser mi novia? De pronto me sentí como en aquel recurrente
momento imaginario en el que estoy en medio del evento cívico de los lunes,
marchando en la escolta, frente a toda la escuela, y algún niño grita “su falda
está manchada”. Fernando se quedó en la puerta esperando mi respuesta, como
todos a nuestro alrededor, entonces nos salvó la campana y la bolita se dispersó
sin saber la respuesta. No sé si en las horas siguientes debí aprender
Matemáticas, Ciencias naturales o Historia, lo que estaba aprendiendo era que
la vida es bien culera. En una distracción de la profesora y con un papelito le
dije a mi vecino de la banca de atrás que prefería tenerlo de amigo. A la hora
de la salida alcancé a escuchar que alguien le preguntó a Sandra por qué había
rechazado a Fernando y la esperanza volvió a mí al mismo tiempo en que vi como
Ricardo le mostraba el papelito a Fernando y Estela me alcanzaba para contarme
que todo fue parte de un juego, ella los había escuchado apostar: ¿cuánto a que
no te atreves a declarártele a la que te gusta? Órale, si tú también.
lll
Está por terminarse el sexto grado de
primaria, desperdicié mi primer beso con un niño tres años mayor que yo, entró
iniciado el ciclo escolar, un galán con labia. Estela me convenció para hacerle
caso, ya que Fernando nomás no bajaba la guardia. Fuimos novios sólo un par de
meses.
Aunque
Fernando seguía poniendo barreras entre nosotros, la esperanza de tener algo
con él no moría. Las libretitas para dedicatorias y despedidas circulaban por
todo el salón. Después de pensarlo toda la semana, por fin un viernes le di la
mía a Ricardo y, para evitar el nerviosismo o alguna negativa, le dije que por
favor convenciera a Fernando de que me escribiera algo. Después de todo no
pensé muy bien las cosas, esperar todo el fin de semana para leer lo que me
había escrito Fernando, si es que lo había hecho, me tenía vuelta loca, sólo
pensaba en eso.
El
domingo estaba en mi cita de las tardes con mi amiga Estela, quien había
cumplido los trece y su mamá le dio permiso para andar de novia, así que
mientras yo trepaba el árbol de capulín afuera de su casa (ya que no parecía
señorita, nada me obligaba a actuar como tal) apareció Javier, el flamante
novio del que tanto me presumía y que era mayor que ella. Después de platicar
un poco con ellos y mientras se besaban, Fernando pasó con dos de sus primos,
amigos de Javier, y se detuvieron a saludarnos. Estela ya no actuaba como niña
y ahora cumplía todo el protocolo del saludo con apretón de manos y beso en la
mejilla, por lo que me vi obligada a saludar de igual manera. Mientras ella me
presentaba, Fernando tomaba mi mano un poco nervioso e intentando librarse del
beso, Estela terminó de decir mi nombre y uno de los primos dijo: ¿ella es la
que te gusta? Inmediatamente soltó mi mano y se fue furioso, sus primos detrás
de él, Estela y Javier se rieron y yo partí por el otro lado de la calle.
Al
otro día, después del acto cívico y antes de que empezaran las clases, Fernando
se acercó a mi lugar y me entregó la libreta de dedicatorias, no mencionó nada
sobre el día anterior y se fue a su lugar. Ricardo me dijo: no sé si escribió
algo, se la di ayer y le dije que te la diera porque yo no iba a venir. Esperé
hasta llegar a casa para revisar si había escrito algo. Ricardo no solía ser
muy expresivo, por lo menos escribiendo, así que su dedicatoria de tres líneas
no me sorprendió mucho, al pasar la hoja leo el mismo mensaje con una última
línea “y que eres muy bonita.” firmado por Fernando.
lV
Mi
primer año en la secundaria fue difícil, nadie de mis compañeros de la primaria
estaba en esa escuela y tardé un poco en formar nuevos lazos de amistad, sobre
todo porque en vacaciones había roto con mi mejor amiga en seis años.
En
las mismas instalaciones de la primaria, pero en el turno vespertino, hicieron
una secundaria donde inscribieron a casi todos mis compañeros de primaria. Yo
iba en otra escuela, en el turno matutino, así que por las tardes me la pasaba
en el segundo piso en construcción de la casa. Como la escuela quedaba a una
calle, desde ahí se podía ver gran parte del patio y el salón donde tomaban
clases Ricardo y Fernando. El primero en darse cuenta que religiosamente me
sentaba a la hora del recreo en la cornisa del primer piso de la casa fue
Ricardo. Intentaba llamar mi atención haciendo señas, claro que lo noté a la
primera manifestación, pero no quería que se descubriera el motivo por el que
me gustaba estar ahí, les hice caso hasta que varios chicos gritaron en coro:
¡GABY! Desde entonces todos los días nos hacíamos señas, incluso se cambiaron
de lugar para quedar sentados junto a la ventana y poder ver cuando yo llegara
a mi lugar, en el recreo se paraban en la parte del patio donde podía verlos y
una vez intentaron comunicarse con hojas pero era difícil ver lo que escribían.
Un
viernes, sin preocupaciones de tarea o tener que dormir temprano, me quede
hasta muy tarde en mi lugar, donde gracias al paisaje y serenidad de la colonia
podía estar por horas sin sentir el pasar del tiempo; cuando salieron de la
escuela, Ricardo pasó a la casa a decirme: Vengo mañana en la tarde, ¿vas a estar?
No era raro que pasara a platicar un rato después de la escuela y cuando salía
temprano, así que el sábado lo esperé sentada en lo que ya tenía forma de
ventanal, lo vi doblar la esquina y no venía solo, sentí como mi cara se ponía
de mil colores, me sudaban las manos y no sabía cómo actuar. Bajé corriendo
para esperarlos en la banqueta, Ricardo sólo me saludó y dijo: Al rato regreso.
Caminó hacia la esquina donde ya lo esperaban sus primos y quienes le chiflaron
a Fernando en señal de apoyo. Fernando y yo nos sentamos en los escalones de la
banqueta y después de un largo silencio él comenzó a hablar, me dijo que le
gusté desde el primer momento en que me vio pero cuando supo que yo era la niña
de la que tanto le había contado Ricardo se negó a decir lo que sentía. Días
atrás le había confesado a Ricardo que pasaba mis tardes tratando de ver a
Fernando desde el techo de mi casa, entonces aceptó que a él sólo lo iba a ver
como un amigo y comenzó a ayudarnos para poder estar juntos. Ese día Fernando y
yo nos hicimos novios y al despedirnos nos dimos nuestro primer beso.
V
En
esta historia hay un solo protagonista. No recuerdo si alguna vez le agradecí a
Ricardo por esto o por todas las cosas hermosas que vivimos en nuestra niñez,
espero haber sido una verdadera amiga en su vida como lo fue él en la mía. El
tiempo, las circunstancias, las distancias geográficas y la entonces escasa
tecnología nos fueron alejando y esta última, ahora tan al alcance de nuestras
manos, nos dio una última oportunidad de cruzar caminos, de escucharnos y
decirnos, como cuando niños, que no todo está perdido.
Viene
a mi mente la conversación donde nos compartimos el estar luchando contra
nuestras enfermedades y la manera en que cambiaron nuestra forma de ver la
vida, cómo nos íbamos a imaginar que meses después algo en nuestro cerebro
funcionaría mal y nos vendría una crisis y que él, que no quería que eso
sucediera, no podría salir de ella y yo, que era lo que buscaba, me veía con la
oportunidad que él necesitaba.
La
tecnología y ese lugar que nos concedió acercarnos hoy me anuncian que Ricardo
se ha ido, otra vez sin despedirse, ahora sí tan lejos que ya no podré girarme
en la silla, asomarme por el ventanal del cuarto de mis padres, apretar un
botón y ver sus fotografías o pasar horas al teléfono para saber qué ha sido de
su vida, pues esa historia ya tiene un punto y fue el del final.
Esta historia tiene
un solo protagonista y es el recuerdo de aquello que ya no será.
No hay comentarios:
Publicar un comentario