Una tarea me fue encomendada y era sostener el árbol, cuidar de él y mantenerlo con bien. Era pequeño y pesado, en gramos y significado. Se fueron venciendo los brazos, lógicamente, siempre sueltan cuando no pueden más. Lo recargué en mi cuerpo y al sentarme noté cómo lo sostenía ahora: sus raíces quedaban paradójicamente sobre el vientre y las palmas de las manos parecían cuencos, uno bajo una flor, otro bajo un ave, bien pudiera haber llenado esos cuencos con refrescante agua, pero al pensar en que ese vientre jamás dará vida miré al escenario, intentando huir de mi delirio, y ví a un hombre abriéndose paso, como si estuviese naciendo, sonreí y bajé la mirada de nuevo al árbol; los cuencos se llenaron con agua salada y destruyeron la vida, el color se fue del barro y el ave no pudo volar... En ese momento tomé la fotografía. Parece que nada dañó el árbol, la tarea fue cumplida.
Enero, 26. 2019.
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