Me gustaba ir de visita con mi tío, vivía en una vieja construcción
que adecuaron como varios departamentos. Mi tío era un tipo extraño,
como un vaquero perdido en la ciudad; su sombrero texano y sus botas de
cuero no combinaban con el tráiler que conducía, su esposa intentaba
parecer adinerada, hasta caer en lo ridículo; sus tres hijos, mis primos,
eran muy pequeños y no me divertía jugar con ellos, pero ir de visita
cada fin de semana a casa de mi tío me llenaba de emoción.
Un
día, mientras mis primos y hermanos jugaban a la pelota, yo me senté a
mitad de una escalinata de cemento y entre miradas curiosas descubrí una
cortina a medio cerrar por donde se podía ver un poco del interior de
aquel departamento. A los siete años y ver todo eso, tan escalofriante,
en un cuarto a media luz, debe aterrar, pero yo estaba llena
decuriosidad. Imaginé que ahí vivía una especie de brujo y había
encantado a todos esos animales para que no hicieran travesuras mientras
él no estaba en casa. En verdad quería saber qué era eso que había
adentro, si era producto de un hechizo o por qué nada se movía si se
veía tan vivo, ¿qué es lo que le hicieron a los animalitos?, me
preguntaba.
Mis tíos no sabían el nombre de su vecino, pues no lo
habían visto, sólo cuando escuchaban el ruido, o la música, o veían
luces encendidas sabían que había alguien ahí. Era un hombre alto,
delgado, como de unos cuarenta años y hablaba con un acento extranjero;
también era un poco extraño (de diferente manera que mi tío), no vestía
estrafalario pero vivía solo, entre muchos animales muertos y tenía las
paredes llenas de libros. El día que lo conocí llegó con un par de
costales, yo estaba husmeando por donde la cortina me dejaba ver un poco
más; se paró a un lado de la escalinata, a la altura del escalón donde
yo estaba, y dijo:
— ¿Sabes qué es eso que hay adentro?
—Se ven como animales, pero ¿por qué no se mueven? —Contesté yo.
Enseguida
escuché la voz de mi mamá gritándome para que fuera a comer y me fui
corriendo, sin esperar a que el hombre me diera una respuesta. Mientras
comíamos me regañaron por andar husmeando en las ventanas de los
departamentos y me advirtieron que no molestara de nuevo al vecino.
Mucho tiempo después, en una plática que escuché, mi tía se quejaba
porque un día el vecino dejó la cortina abierta y, al ver lo que había
en el interior del departamento, mis primos se asustaron tanto que ya no
querían jugar en el patio, “que es taxidermista y por eso tiene tantos
animales disecados”, dijo mi tía.
Publicado en A Rostro Oculto No.2
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